Adam Smith advirtió hace más de dos siglos sobre la «ridícula confianza» de
los hombres en su suerte y recordó que «cuantos más billetes se compran, más
posibilidades hay de perder»
«Cuantos más billetes se compran, más probabilidades hay de perder». Hace
234 años, el escocés Adam Smith, considerado el padre de la ciencia económica, ya advirtió de la «ridícula
confianza» que tienen los hombres en «su buena suerte» y que les lleva, entre
otros comportamientos, a jugar a la lotería.
Un niño de San Ildefonso extrae uno de los
premios en el sorteo del Gordo Mucho antes de que los estadísticos actuales demostraran la escasa lógica matemática
de la ilusión que este año llevará a los españoles a gastarse más de 3.000
millones de euros en el sorteo de Lotería de Navidad, Smith ya recogió en 1776 en
su célebre «Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las
naciones», más conocido como «La riqueza de las naciones», sus objeciones hacia este tipo
de juegos de azar.
Como parte de su discurso sobre salarios y
beneficios en los diferentes empleos del trabajo y el capital, Smith arremete:
«La petulante presunción que el grueso de los hombres tiene sobre sus propias
capacidades es un mal de vieja data, subrayado desde siempre por filósofos y
moralistas. La ridícula confianza en su buena suerte, en cambio, ha sido menos
destacada. Y sin embargo es, si cabe, todavía más universal. No existe hombre
alguno que no participe de ella, si está en condiciones aceptables de salud y
de ánimo».
A su juicio, en este sentido, «todo hombre
sobrevalora en cierta medida sus posibilidades de éxito y la mayoría subvalora
sus posibilidades de fracaso».
«No
existe una lotería justa»
Adam Smith, a quien se conoce también como el
fundador del liberalismo económico, cree que «el amplio éxito de las loterías
demuestra que la probabilidad de ganar es naturalmente sobrevaluada». «El mundo
no ha visto nunca ni verá jamás una lotería perfectamente justa, una en donde
las ganancias totales compensen las pérdidas totales: el empresario de la
lotería no obtendría en tal caso beneficio alguno», explica.
Más aún, añade: «En las loterías públicas los
billetes realmente no valen el precio que pagan los suscriptores originales, y
sin embargo se venden en el mercado por un veinte, un treinta y a veces hasta
un cuarenta por ciento más. La única explicación de esta demanda es la vana
esperanza de acertar alguno de los grandes premios».
Adam Smith, que situaba en el trabajo y no en
el dinero el fundamento de la prosperidad, lleva el argumento hasta el extremo:
«Para lograr una posibilidad mayor de acertar uno de los premios mayores,
algunas personas compran varios billetes y otras compran participaciones en un
número todavía mayor. Sin embargo, no hay proposición matemática más cierta que
cuantos más billetes se compran, más probabilidades hay de perder. Si se
compran todos, entonces la pérdida es segura; y cuantos más se adquieran, más
se aproxima uno a esa certeza».
A continuación, Smith pone como ejemplo de
este exceso de fe en la propia suerte «los muy moderados beneficios de las
aseguradoras», debido, en su opinión, a que «por moderada que habitualmente sea
la prima de los seguros, numerosas personas desprecian tanto el riesgo que no
quieren pagarla». Otra muestra de «la esperanza en la buena suerte» es, para
Smith, «la disposición del pueblo llano a enrolarse como soldados, o a hacerse
a la mar».
Todo ello no es más que una base para
concluir que «la tasa corriente de beneficio siempre aumenta más o menos con el
riesgo», si bien no le parece que aumente «en proporción, o de forma de
compensarlo totalmente». De este modo, «la presuntuosa confianza en el éxito»
incita a «muchos aventureros» a oficios tan «riesgosos» como el del
contrabando, «de tal forma que su competencia reduce los beneficios por debajo
de lo suficiente para compensar el riesgo», aclara Adam Smith.
Chari.
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